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El teatro siempre ha sido para mí más que una experiencia artística. También es un acto social y cultural, un momento para compartir, un momento lleno de magia y emociones.

A mediados de Agosto tuve el placer de asistir a la previa de un espectáculo para jóvenes de 13 años. Había 25 adolescentes en el lugar y algunos adultos.

A causa del COVID, yo no había estado en un espectáculo para esa edad desde hacía mucho tiempo. Estaba encantada de estar allí. Me habían dicho que el tema era duro. Por cierto, el espectáculo habla de la familia y lo no dicho, de la muerte, de las palabras que liberan. Hay muchas otras cosas también.

Me gustaría compartir los momentos que viví, no solo durante el espectáculo, sino también antes y después. Todos esos “pequeños” momentos que, cuando se ponen juntos, te dan esa sensación de completitud.

Primero, la dramaturga de la compañía vino a dar la bienvenida al grupo de adolescentes. Eran un poco ruidosos, un poco informales. Se sentaron en el hall del centro cultural y con tranquilidad ella comenzó a discutir con ellos: ¿cuántos de ellos ya habían ido al teatro?, ¿qué significa el teatro para ellos?, ¿cuántos de ellos habían perdido a un pariente? Etc. Ellos escucharon. Y después contestaron las preguntas tranquilamente.

Justo antes de entrar al auditorio, nos dijeron que había un problema técnico con el espectáculo. Extrañamente, yo comencé a reír. ¿Por qué? Porque me di cuenta de que esto solo podía suceder con los espectáculos en vivo. ¡Así que yo estaba en el mundo real otra vez, finalmente!

Diez minutos después, entramos al auditorio. En el frente del escenario: un almohadón. Yo no conocía la historia o el argumento, pero tenía curiosidad de ver cómo reaccionaban los adolescentes.

Este público algunas veces es considerado poco receptivo al teatro. Bueno, debo admitir que pocas veces había vivido una escucha tan hermosa, empática y atenta. No disfruté solo el espectáculo, también disfruté de escuchar al público, probablemente tanto como a los actores. Ambas cosas combinadas me llevaron a través de un rango completo de emociones.

Cuando el espectáculo terminó, me puso contenta escuchar al público aplaudir otra vez. Otro truco mágico del teatro.

Después, la autora invitó a los niños/as a discutir el espectáculo. Sus reacciones fueron increíblemente ricas. La confluencia entre los artistas y los jóvenes se había dado a través del compartir emociones. Cuando volví a mi casa, me sentí revitalizado.